viernes, 20 de septiembre de 2013

20 de septiembre...

Era el último día del verano. El 20 de septiembre de 2008. El sol brilló en Ourense con intensidad y se unió a nuestro gran día. Los nervios en ti comenzaron a manifestarse durante la cena de la noche anterior. Yo los encontré en el mismo instante en el que el coche de mi tío Luis se paraba delante de la Catedral. Primero bajó mi padre y él mismo me ayudó a salir a mi... Había tanta gente! Tantos amigos esperando, apurando sus cigarrillos y sus cañas antes de entrar en la capilla del Santo Cristo... Al verme todos empezaron a gritar, emocionados, y yo, que había estado muy tranquila, empecé a notar cómo me temblaban las piernas de manera literal... Fue una sensación parecida a la que tuve el día que me examiné del carné de conducir...
Mi padre, en su papel de padrino y anfitrión en su ciudad para tantos invitados que venían desde fuera, saludaba a todo el mundo! Subió los escalones de piedra sin darse cuenta de que yo había perdido un zapato. Dos veces tuve que tirarle del brazo y pedirle que esperase!
Y de pronto ya estábamos dentro...
Comenzó a sonar el teclado de Pablo. She's like a rainbow es la marcha nupcial más bonita que puede acompañar los pasos de una novia hacia el altar...
Allí, al final del camino, estabas tú. Nervioso y guapo como nunca. Con una sonrisa que insinuaba en tu cara una entrañable timidez que nunca antes había visto en el chico que subía a los escenarios a tocar la batería o a cantar y pegar brincos... Te quise. Te quise mucho. Te quise para siempre.
Sin darnos cuenta nuestras manos se unieron, nuestras miradas se cruzaron y pronunciamos la promesa. La promesa de querernos como esposos. De entregarnos el uno al otro. Nos prometimos sernos fieles en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, todos los días de nuestra vida.
Y lloré. Lloré al escuchar que el tiempo está de nuestra parte... Al imaginar que ese amor que sentía crecería contigo, a tu lado, todos los días de mi vida...
Di y recibí paz mientras Pablo y Ana nos recordaban, al ritmo de los Beatles, que lo único necesario es el amor... Abracé a mi madre entre lágrimas y sentí, en su abrazo, ese amor infinito.
Fui feliz. Muy feliz de poder compartir con todos nuestros familiares y amigos un momento tan importante para nosotros y para ellos.. Un día feliz!
Y aunque para nosotros aquel fue el momento de nuestras vidas, hoy, cinco años después, podemos decir con gran satisfacción, que sólo fue uno de los muchos momentos enormes que hemos vivido juntos. Cinco años, dos hijos y un amor que no acaba.
Sólo espero que aunque ya tengo una fuerte "rival" -que se llama Carmen-, yo siga siendo siempre tu chica...




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