Hoy hace 25 años que nos despedimos. Recuerdo aquel día como si hubiera
sido ayer. Esa mañana de domingo todos dormían todavía en casa. Yo, por
alguna razón que no sé explicar, me había levantado temprano. Me fui al
salón y me senté en el sofá. No encendí la televisión. No quería ver
dibujos. Solamente me quedé sentada mirando las fotos de la mesa. Las
fotos de la familia. Las fotos en las que los dos reíamos juntos.
De repente sonó el teléfono. Algo dentro hizo que aquel sonido, que
rompía mi concentración, no me hiciera sobresaltar. Descolgué el aparato
del salón aún sabiendo que esa llamada no era para mi. Alguien, no
recuerdo si fue mamá o papá, hizo lo mismo en su cuarto. Al otro lado
del teléfono sonaba, más grave que nunca, la voz de mi tío; mi tío
Moncho. Fue entonces cuando escuché, a hurtadillas, que te habías ido.
En ese instante se me heló la sangre. Mi corazón dejó de latir unos
segundos. Colgué el auricular porque no quería que nadie supiera que
había escuchado lo que quizás no debía haber escuchado. Y me quedé
sentada en el sofá, mirando nuestras fotos, mirando tu sonrisa abierta,
sincera, llena de amor.
Enseguida se levantaron todos. Papá, mamá y la abuela. Serios. Tristes.
Papá estaba muy afectado. Y mamá también. Se fueron rápido y la abuela
Carmiña fue la encargada de contarnos que ya te habías ido...
Disimulé que ya lo sabía. Guardé silencio. Y te lloré. Te lloré ese 22
de mayo como te lloro éste. Creo que no ha habido un sólo día de mi vida
en el que no te haya llorado...
Cada paso que doy, cada momento importante que vivo, te pienso y me
imagino cómo sería tenerte a mi lado. Poder ir corriendo a buscarte para
contarte que me he licenciado, que me voy a casar o que estoy
embarazada! O buscar tu consuelo en cada tropiezo o dificultad. Me
imagino comiendo juntos los domingos, disfrutando del vino (pero de
verdad, no esa mezcla para niños que solías hacernos de pequeños...),
escondiendo el chicle en la boca para que no me regañes, paseando por la
ciudad o dándonos un chapuzón en la finca después de una tarde de
lectura bajo el sol...
Te echo de menos. Te echo muuuuucho de menos. Y aunque hace ya 25 años
que no nos vemos te sigo sintiendo muy cerca. Gracias por los siete
años tan maravillosos que me diste. Gracias por llenar mi existencia y
crear los recuerdos más bonitos que guarda mi cabeza. Y gracias por
haber sido el mejor ejemplo, el modelo de persona que hoy es mi padre. A
través de él te veo a ti.
Sé que me acompañarás siempre porque así me lo aseguraste antes de irte.
Te quiero infinito, abuelo.
y lo seguimos echando de menos ...
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