martes, 12 de marzo de 2013

Comer a la una... recomer a las tres y media...

Habitualmente como a las tres y media. Es la hora a la que llega mi costilla de trabajar y recoger a Mario de la guarde. Pero hay días, como hoy, en los que por algún motivo Mario se queda en casa... Entonces las tareas matutinas de la menda lerenda se ven interrumpidas constantemente porque "mami, quiero dibus", "mami, quiero pintar", "mami, ven a tocar la batería", "mami, canta"... Excuso decir que en estos días en los que Mario falta a sus obligaciones preescolares yo, sin pensarlo, me embuto en el chándal y me hago una cola de caballo cuando todavía no he abierto los ojos del todo... Porque es impensable ducharse por la mañana, por supuesto lavarse o secarse el pelo, leer o estudiar, por no hablar de completar alguna faena del tirón: las tazas del desayuno se friegan a ratos, las camas se hacen entre despiste y despiste, la lavadora se pone mientras nos aseamos y así todo... Pero con el agravante de tener que darle de comer al niño temprano, lo que implica hacer la comida mucho antes. Pero eso no es lo peor! Lo malo de pasar la mañana sola en casa con mis dos niños es el hambre (o será ansiedad?) que me entra cuando el reloj marca la una y después de darle la teta a la niña me toca darle la sopa, el arroz con pollo, o lo que quiera que haya hoy para comer, al niño...
Ya os había comentado el hambre que da la lactancia??? (Sí, mamá, dar el pecho da muuuuucha hambre aunque no lo creas!) Bueno, pues a lo que iba... que al final son días en los que como a la una, por acompañar a Mario o por terminarme sus sobras, y recomo a las tres y media, por acompañar al padre y porque, qué caramba!?, tengo hambre!!! Y si a las cuatro y media Mario merienda, pues yo no voy a ser menos... O sea, que al final como, recomo, meriendo y remeriendo... y cuando llega el momento también ceno!
Que la báscula me coja confesada!!!


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