martes, 2 de abril de 2013

De paso...

En movimiento. Así escribo hoy. Entre el balanceo de la furgoneta y el verdor que se va quedando atrás... Ese verde que poco a poco va dejando paso al amarillo. Podría comparar el paisaje geográfico con mi paisaje interior. Son paralelos.
Hace tiempo (no mucho) que dejé de ser verde. El cambio fue gradual. Las decisiones, movimientos y acontecimientos de los últimos ¿3 años? diría yo, quizás 4, han hecho de mí una mujer madura. Me doy cuenta ahora, mientras miro de frente a la vida. Ya no tengo miedo a tener miedos. Ni tengo vergüenza de avergonzarme. Ya sólo lloro cuando algo duele mucho. Y mi dolor ya no es sólo mío. Comparto el dolor de los que más quiero. Lo que le duele a mi marido, me duele a mí. Lo que le duele a mis hermanas o a mis padres, me duele a mí. Pero sobre todo, lo que le duele a mis hijos me destroza a mí! Ellos son el principal motor de mi vida. Por ellos me he convertido en una mujer madura más. Sin importar el qué dirán. Sin preocuparme por mi pelo, mis kilos de más, las ojeras que se han apropiado de mi cara o las no fiestas que me pego... Ahora entiendo perfectamente aquello que me decía mi madre en mi adolescencia, cuando yo le sugería, después de escuchar a mi abuela decírselo, que saliera o se arreglara más... "Cuando tengas hijos lo entenderás", decía ella, "ya me lo contarás", insistía...
Pues aquí estoy, mamá. Contándote lo que me pasa. Reconociendo en mí tus palabras y siguiendo tus consejos lo mejor que puedo.
Supongo que no hay nada malo en madurar, aunque tampoco es fácil. Imagino (quiero hacerlo) que llegará un día en que todo se asiente y el tiempo pase con normalidad. Todo volverá a su sitio, como el cuerpo después de un parto... Tarde o temprano el baile de hormonas acabará con una lenta, como acaban los bailes, y con el sosiego, la calma y la templanza que aporta la madurez continuaré mi labor como esposa, como hermana, como hija, como nieta, como amiga y como madre. Y espero hacerlo con más fuerza si cabe. Con más energía y entusiasmo! Con la ilusión de pensar que cada mañana comenzará una nueva aventura. Con la seguridad de que las cosas que se hacen con dedicación y con amor son las que sirven de ejemplo para los que nos rodean. Con la esperanza de mejorar un poquito cada día y con la tranquilidad de saber que me estoy esforzando.
Hoy he vuelto a llorar al despedirme de mi Ourensiño, con todo (y todos) lo que abarca... Sé que cada despedida duele, arranca un pedacito de mi ser, del pasado y del presente, pero también sé que pone remiendos a mi futuro yo. En cada una de mis marchas aprendo, valoro, siento, vivo... Todo dentro de mí se remueve, como si un terremoto pasara cerca. Y aunque luego todo se recompone, cada vez que llega este desgarrador momento pienso que ojalá no existiera la palabra adiós...


Ourense, por Bea Conde-Corbal

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